Lc 6, 37-42
El evangelio de hoy nos llama tomar conciencia de nuestras debilidades, antes de mirar las debilidades del otro; a no fijarnos en lo que al otro le falta o dónde se cae, a limpiar nuestra mirada, para ver en cada uno a Cristo.
No juzguéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena y apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá. Les añadió una parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano.
¿Qué me anuncia hoy de esta lectura?
¿Cómo están mis prejuicios?
¿Cómo puedo limpiar mi mirada?
Lc 6, 43-49
Hoy se nos hace un llamado a revisar los frutos que en nosotros está dando la Palabra; a construir nuestra vida sobre roca, que es Su Palabra, inclinando, como nos dice San Benito, “el oído del corazón, acoge con gusto la exhortación de un padre bondadoso y ponla en práctica” (RB.P1)
«Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca. «¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo? “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.»
¿Cómo me ilumina hoy la Palabra?
¿Cómo son mis frutos?
¿Sobre qué estoy construyendo mi vida, la de mi familia, la de mi comunidad?
Mt 18, 21-35
El Evangelio de hoy nos vuelve a llamar al perdón, a aprender a perdonar a quienes nos han ofendido, nos han pasado a llevar, nos han humillado o no nos han tratado como esperábamos. Jesús nos dice que no hay límites para el perdón, al igual que la misericordia del Padre con cada uno de nosotros.
Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»
«Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: `Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.’ Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó ir y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: `Paga lo que debes.’ Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: `Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.’ Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: `Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’ Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.»
¿Cómo me llega esta Palabra hoy?
¿Cómo estoy viviendo el perdón hoy?
¿Cómo vivo la misericordia de Dios en mi vida?
Lc 7, 1-10
Nos invita a creer en el poder sanador de Jesús, a presentarle nuestras heridas, y debilidades y de quienes tengo a mi alrededor con fe, confiados y abandonados al poder de Dios.
Una vez concluidas todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaún. Se encontraba enfermo y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera y salvara a su siervo.
Éstos, llegando ante Jesús, le suplicaban insistentemente, diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: `Vete’, y va; y a otro: `Ven’, y viene; y a mi siervo: `Haz esto’, y lo hace.» Al oír esto, Jesús quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa hallaron al siervo sano.
¿Qué me ilumina la Palabra hoy?
¿Cuáles son hoy mis carencias o debilidades? ¿La de otros?
¿Cómo le pido al Señor que las vaya sanando?
Lc 7, 11-17
Jesús se nos muestra compasivo y misericordioso de nuestros sufrimientos y debilidades, llamándonos a confiar en que sólo Él nos puede sacar de la muerte, nos puede hacer resucitar día a día con Él a la Vida Eterna.
Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.
¿Qué me anuncia la lectura hoy?
¿Cómo está mi compasión por los que sufren?
¿Cómo recurro al Señor en mis momentos dolorosos o difíciles?
Lc 7, 31-35
Hoy el Señor nos hace un llamado a estar atentos a Sus manifestaciones: en las personas, en las circunstancias del día a día, en la oración y principalmente en su Palabra.
«¿Con quién, compararé, pues, a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo:
‘Os hemos tocado la flauta,
y no habéis bailado,
os hemos entonado endechas,
y no habéis llorado.’
«Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: `Demonio tiene.’ Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: `Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.’ Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos.»
¿Cómo me ilumina el Evangelio hoy?
¿Cuán abierto estoy a las diferentes manifestaciones del Señor?
¿Cuán abierto estoy a Su Palabra?
Mt 9, 9-13
Hoy en que celebramos a San Mateo, Jesús en el evangelio nos llama a que desde la situación en que nos encontremos, nos abramos a su Palabra, a abrir nuestro corazón y dejarlo entrar para que lo vaya convirtiendo.
Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se levantó y le siguió.
Y sucedió que estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
¿Qué me anuncia el Evangelio?
¿De qué manera me siento llamado hoy a seguir al Señor?
¿Cómo estoy respondiendo al llamado de Jesús?
Lc 8, 1-3
Jesús nos invita a seguirlo a acompañarlo, a hacer vida Su Palabra y a dar a conocer la Buena Nueva a quienes nos rodean.
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
¿A qué me llama hoy el Evangelio?
¿Qué me impide seguir a Jesús?
¿Cómo puedo aumentar mi fe y mi seguimiento de Jesús?
Lc 8, 4-15
Hoy el evangelio nos invita a revisar como está nuestra escucha de la Palabra de Dios, si estamos “inclinando el oído del corazón” (RB P1). ¡Abramos nuestro corazón! y estemos atentos a lo que el Señor nos dice a través de las Escrituras, a ser terreno fértil a Su Palabra.
Habiéndose congregado mucha gente, y viniendo a él de todas las ciudades, dijo en parábola: «Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado.» Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.» Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan. «La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia.
¿Cómo me llega hoy la lectura?
¿Qué tipo de terreno soy hoy?
¿Cómo me puedo ir convirtiendo en tierra fértil a la Palabra de Dios y de dar fruto?
Mt 19, 30–20, 16
Esta parábola que quizá hemos oído tantas veces nos invita una vez más a comprender que Dios no mide como nosotros, que su lógica no es la nuestra. El Señor nos mide en el Amor, Su misericordia está sobre la justicia.
«Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros.» «En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: `Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.’ Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: `¿Por qué estáis aquí todo el día parados?’ Dícenle: `Es que nadie nos ha contratado.’ Díceles: `Id también vosotros a la viña.’ Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: `Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros.’ Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: `Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor.’ Pero él contestó a uno de ellos: `Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.»
¿Qué me anuncia hoy la Palabra?
¿Qué concepto tengo del Amor de Dios? ¿De su misericordia?
¿Qué puedo aprender de esta parábola que me ayude en mi relación con los demás?
Lc 8, 16-18
La lectura de hoy nos llama a acoger y transmitir el mensaje de Jesús; a alumbrar con Su luz, aunque a veces en el mundo de hoy nos resulte difícil.
«Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.»
¿Cómo me ilumina hoy la Palabra?
¿Cómo estoy transmitiendo el mensaje de Jesús? ¿Cómo estoy siendo como lámpara?