Con motivo de los 20 años de la Hospedería, nos cuenta Josefina Ringeling (B92), de la celebración realizada el martes 13 de agosto: “Con mucha alegría y agradecimiento, junto a las Huéspedes y sus hijos, voluntarios adultos y escolares, miembros del Movimiento y algunas visitas que han sido parte de la historia y fundación de la casa, celebramos una Eucaristía de acción de gracias por la historia de Dios en cada momento de estos 20 años. Le pedimos con mucha fe al Señor, con la intercesión de nuestra patrona Santa Francisca Romana, que nunca perdamos la capacidad de acoger como al mismo Cristo a cada una de las mujeres que se acercan a la Hospedería y podamos seguir entregando su Palabra con sencillez y mucho amor”.
A continuación, algunas de las palabras que compartió Mario Canales, oblato y parte del grupo de su fundación, en la ceremonia:
“Mira que estoy a la puerta y llamo”
Una noche, a fines de 1997 un animado grupo de apoderados del Colegio San Lorenzo se juntaba en la capilla del Colegio para rezar y bendecir los alimentos que llevarían a quienes esa noche dormirían en la calle o bajo los puentes del río Mapocho. No era un grupo grande pero tenían la convicción que encontrarían a Jesús mismo entre los cartones. Querían compartir con ellos no sólo un pedazo de pan y una sopa, sino su amistad y su fe. Encontraron hombres, mujeres y niños que, mezclados con sus perros, los recibieron con una sonrisa y que se mostraron felices de que alguien los fuera a visitar. Fue una buena experiencia esa primera noche. Tanto, que decidieron volver todos los meses y, poco a poco, comenzaron a unirse al grupo inicial otras personas que se sintieron atraídas por el testimonio de los primeros. Hubo visitas memorables, como las de Navidad y la del Jueves Santo, donde a los cuidados y atenciones habituales se sumaron verdaderas liturgias de celebración difíciles de olvidar.
En cada visita llamaba la atención el elevado número de mujeres que había, varias de ellas con sus niños. Compartían todos, el frío junto a muchas otras personas que dormían ahí, en plena intemperie, protegidos apenas por una cornisa, una banca o un contenedor de basura. Supieron además que la única hospedería para mujeres era la del Hogar de Cristo que estaba en General Velásquez, muy lejos de ahí.
Surgió así la idea, la loca idea, de abrir una hospedería para mujeres en el sector de la Vega Central, para acoger con amor a mujeres que –como las que habían conocido– no tenían dónde pasar la noche. Para aquellas que, igual que María, no tienen “sitio en el albergue”. Fuera de la idea, no había nada más: ni recursos, ni experiencia, ni encargados…
Justo en ese tiempo, apareció en San Lorenzo la embajadora de Gran Bretaña, Glynne Evans, que llegó por recomendación del P. Dominic Milroy, un monje de Ampleforth amigo de ella. Nos planteó la idea de hacer algún proyecto y que quería aportar un dinero de una herencia para eso. Se le presentaron varias ideas, entre ellas la de la Hospedería. El monto que ella disponía era exactamente el que se necesitaba para comprar una casa que nos ofrecían en el sector de La Vega y que Anita Álvarez había elegido como la más adecuada. Como todas las cosas del Señor, la plata no alcanzaba también para hacerla funcionar, pero no pudimos ignorar esta potente señal de lo que Él nos quería decir. También lo fue el hecho de que, en la primera visita a la casa, en la pieza que hoy es la capilla, lo primero que vimos al entrar fue una imagen de cartón, de tamaño natural, en la que el Padre Hurtado nos acogía con su sonrisa. Quizá él mismo haya estado involucrado en este plan de la Providencia que parecía tan inalcanzable.
Con semejante empuje, y gracias a la ayuda de muchas personas que anónimamente coleboraron para equipar la casa, establecer el marco legal y contar con los voluntarios necesarios, el 16 de agosto de 1999, abrió sus puertas por primera vez la Hospedería Santa Francisca Romana con la intención de imitar a su santa patrona en la entrega y el amor en la acogida de pobres y enfermos. Esa noche un grupo de voluntarios esparaba en vano que llegaran las primeras huéspedes, hasta que Alex Preece decidió que si los invitados no venían, había que “salir a los cruces de los caminos” y al rato volvió con la primera huésped. Su nombre: Victoria Soledad. Esta combinación de nombres nos pareció tanto un signo como una misión.
La Hospedería creció y cada día llegaron nuevas huéspedes, en las que encontramos muchas necesidades pero también mucho que cada una de ellas podía dar a quienes las conocieron. Los voluntarios también aumentaron hasta llegar a cerca de 100 y han dado muchos testimonios de entrega, de amor a Cristo en el más necesitado y de una alegría en el servicio que ha sido fundamental para que la casa ofrezca un ambiente cálido y amistoso. En efecto, durante estos años de funcionamiento, la característica que más se ha destacado de esta casa es la acogida personal que voluntarios y encargados de la casa han logrado dar, a través de sus ganas de entregarse y de amar, de escuchar y de compartir. Eso ha sido muy importante.
Hay que destacar también que siempre haya habido personas disponibles para hacer posible que en estos 20 años la Hospedería abra sus puertas cada uno de estos 7.305 días y que la semilla que sembraron los primeros voluntarios en las salidas nocturnas y en los días de la fundación de la hospedería haya podido crecer y dar frutos que son innumerables.
Cada vez que suena el timbre, porque una huésped que llega a pedir acogida, el voluntario que abre la puerta ve un letrero que dice:
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20)
Es ésta la convicción más profunda que tenemos: que quien toca es Cristo mismo que quiere entrar en nuestras vidas y comer con nosotros. Cada vez que servimos un plato de comida, que conversamos en el patio, que compartimos un momento de televisión, que juntos en la capilla rezamos y alabamos al Padre, cada vez que estamos juntos, es Cristo quien está ahí. Esto no es un invento nuestro, sino es el mismo Jesús quien nos advierte que Él está en sus “pequeños” y que es Él mismo el que pasa hambre, que está solo o forastero (Mt 25 31-44). Sabemos que es Él quien se nos acerca, y que nos enriquece infinitamente con su presencia. La Hospedería Santa Francisca Romana es una oportunidad privilegiada para salir de uno mismo, de las preocupaciones diarias, de nuestros problemas cotidianos y –al sentarnos a la mesa– reconocerlo a Él, como un día les ocurrió a los dos amigos en Emaús.