Tras, y también durante la instalación y fundación del Monasterio, la comunidad comenzó a tener más contacto con los vecinos, especialmente con quienes trabajaban en el campo. Eduardo Hermosilla y su señora Maritza vivían “abajo”, junto a la casa grande, realizando trabajos “de a pie”: leña, arreglar cercos, cosecha de pasto, etc. Don Félix Cruces, la señora Rosa y uno de sus hijos, Felicito, quien desocupó su Puesto para que la comunidad pudiera instalarse, vivían en el Puesto Blanco, mientras que Nano Cruces y su señora ocupaban Santa Bárbara, otro de los puestos del campo. Por otro lado, también fueron muy cercanos desde un principio el maestro Jaime Poblete y Gumersindo ‘Chindo’ Mansilla, quienes los ayudaron en todos los arreglos del Puesto. A través de todos ellos comenzaron a conocer a otras personas que llegaban a ayudar en las labores del campo, principalmente de Mallín. Por otro lado, el padre Pedro Bono, las misas y liturgias abrieron un espacio de encuentro con las personas de Guadal, gente además con la que empezaron a convivir en las labores de la vida cotidiana, como las compras, llamados por teléfono, idas a buscar petróleo, entre otras.
De todos ellos fueron aprendiendo a vivir en la Patagonia, a conocer y respetar los tiempos de la naturaleza, el instinto de los animales y los trabajos de cada estación. En ellos encontraron maestros de la acogida, la que hacían real a través de mates y conversaciones al calor de la cocina a leña, parando todo tipo de quehaceres por acoger a quien llegara en busca de consejo, ayuda o compañía. Conocieron la importancia de “perder el tiempo” al ir dándose cuenta de que un simple recado siempre terminaba en una conversación, en un “estar”, que permitía ir conociéndose y entablando amistades que perdurarían ya 20 años.