Hace 20 años, el 21 de noviembre de 2001, Consuelo Verdugo (B95) junto a Cecilia Bernales (B95) celebraron su oblación. Comparten y recuerdan:
Consuelo: “Cuando se escogió el día, no sabíamos, pero luego nos dimos cuenta que este era un día especial para la Congregación Benedictina Inglesa, el “dies memorabilis“. Sin duda un día memorable para nosotras también, en donde se nos injertaba en esa familia benedictina. Han pasado 20 años y mucha vida, el Espíritu ha soplado en estas décadas, en estos años y de día en día. Hoy se me viene esta lectura “No te asombres de que te haya dicho que tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3, 8). Sin duda han sido años de nacimientos y renacimientos, el Señor me ha llevado por caminos que jamás hubiera sospechado, pero que han sido caminos de Vida, de Palabra fuertes, luminosas, eficaces. Han sido caminos de comunidad, de amistad y de misión. Hoy me llega que la vocación, como dice Basil Hume, no es algo que me pasó hace 20 años, sino que es algo que me pasa hoy. Hoy el Señor me llama a seguirlo. Hoy me llama a renovar mi vocación. Hoy me llama a nacer de nuevo, me llama a seguir ese Espíritu sin tanto saber de dónde viene ni a dónde va, pero confiando en que me seguirá conduciendo por caminos de Vida, de Palabra, de amistad y misión”.
Cecilia: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor” (Sal 136, 1). Al celebrar ahora 20 años de mi oblación, este versículo es lo primero que viene a mi corazón. Una profunda acción de gracias por el inmenso amor, bondad y misericordia que Dios me ha ido mostrando en todos estos años. Un día me llamó, me habló fuerte y claro en su Palabra, invitándome a vivir en y desde ese amor. Desde ese día en adelante nunca ha fallado. Siempre su mano amorosa de Padre me ha levantando, sostenido y guiado. Me ha regalado una comunidad que es un tesoro, no porque seamos perfectos, sino porque en ella descubro cada día la fidelidad del amor de Dios. Una comunidad que está siempre a mi lado, en las buenas y en las malas, en donde todos nos sabemos necesitados de Dios y por eso nos acompañamos, nos ayudamos, nos perdonamos y nos corregimos. Hoy puedo ver que el versículo que repetí en mi promesa se ha cumplido: “Sostenme Señor según tu promesa y viviré”. Me sé llamada y elegida en medio de mi pequeñez y mi pobreza, porque mi promesa no se sostiene en mis fuerzas sino en la promesa de amor que Dios me hizo un día y que se renueve día a día”.