La celebración del tiempo pascual comprende cincuenta días vividos y celebrados como un solo día: “Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un gran domingo. Estos son los días en los que principalmente se canta el Aleluya. Los domingos de este tiempo son tenidos como domingos de Pascua y el domingo de Pentecostés clausura este sagrado tiempo de cincuenta días” (Pablo VI, Carta Apostólica Mysterii Paschalis).
Este tiempo está presidido por el Cirio Pascual encendido en todas nuestras celebraciones, hasta el domingo de Pentecostés. Las celebraciones litúrgicas de esta Cincuentena expresan y nos ayudan a vivir el misterio pascual manifestado a los discípulos de Jesús.
Este es el tiempo de la resurrección y, por tanto, de la nueva vida y la esperanza. Por lo que no celebramos sólo la resurrección de Cristo, la cabeza, sino también la de todos quienes por el bautismo compartimos su misterio. Durante este tiempo de Pascua, recordamos que la vida nueva iniciada con la celebración de los misterios pascuales se perpetúa durante toda nuestra existencia. En medio de las circunstancias ordinarias, estamos llamados a descubrir la presencia del Señor resucitado que nos llama a ser testigos y dar testimonio de su paso entre nosotros. Por la fe y el bautismo somos introducidos en el misterio pascual de Cristo: “Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva”
(Rm 6, 3-11).