El padre Gabriel escogía una lectura que leían atentos al impacto de esta Palabra que, leída para el aquí y el ahora, siempre les revelaba algún aspecto recóndito de la sanación y del amor de Dios. Luego conversaban juntos un poco más sobre el tema.
Este viernes 23 celebramos la Pascua del padre Gabriel Guarda OSB, hoy queremos recordar el regalo y el paso de Dios por la vida de muchos de nosotros, particularmente el apoyo y compañía a José Manuel Eguiguren en los inicios del Movimiento.
“…porque alguien, en una relación de amorosa acogida les ha enseñado a usar la Biblia, a encontrarse en ella con Jesucristo y a aceptarlo con radical convicción como su salvador personal y como Señor y Rey de sus vidas” (MRO 1, 12-13), esta cita describe la relación entre ambos hace ya más de 40 años, que tuvo efectos tanto en la vida de José Manuel como de tantos otros por el Movimiento.
El padre Gabriel, recibió a José Manuel en la hospedería del monasterio y fue respondiendo sus inquietudes existenciales, refiriéndolo todo a la Palabra de Dios en las Escrituras, centrándose en el encuentro personal con Cristo en su Palabra, directa y amorosamente y no en la interpretación de otros, sin torcer las Escrituras según su conveniencia. En el camino a Emaús, cuando Cristo resucitado abrió las Escrituras a los discípulos, que pensaban que ya lo sabían todo, encontraron que sus corazones ardían en su interior. Este es el tipo de lectura de la Palabra al cual el padre Gabriel introdujo a José Manuel, señala el abad Patrick Barry (Un Claustro en el Mundo p 40). Fue muy importante para José Manuel cuando el padre Gabriel buscó la respuesta de Dios a Moisés: “concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero” (Ex 33, 19), iluminando la visión de que todo está en manos del Creador: todo es su don y las razones son misteriosas para nosotros, inescrutables; aprender a ver cada cosa como una expresión del amor de Dios.
El padre Gabriel escogía una lectura que leían atentos al impacto de esta Palabra que, leída para el aquí y el ahora, siempre les revelaba algún aspecto recóndito de la sanación y del amor de Dios. Luego conversaban juntos un poco más sobre el tema. Nada fue apresurado, y el padre Gabriel le alentó a que se tomara su tiempo o, mejor dicho, el tiempo de Dios. Insistía que debía leer la Biblia todos los días. “El día que tú no leas un versículo del Evangelio”, dijo, “ese día tú no deberías comer. ¿Por qué alimentar tu cuerpo y dejar que tu alma desfallezca de hambre?” (cf Un Claustro en el Mundo p 45).
Este proceso de escuchar día tras día y luego responder, abriendo un diálogo basado en la Biblia, fue una dura tarea que a veces requería de toda la paciencia del padre Gabriel. A menudo se preguntó cómo podía continuar con esto, por la intensidad de José Manuel. Al recordar ese período, realmente no entendía cómo había perseverado día tras día por tanto tiempo. Sin embargo, los frutos de esa perseverancia son patentes.
Fuente: Editorial El Boletín 1118.