Durante estos días llegó, luego de un retiro, el equipo de mujeres de la Rama Adultas DSA: Gigi Blumer; oblata, Consuelo Searle (B04), oblata, y Macarena Santa María, Ximena Torrealba, Maite Zaccaría, María Eugenia Valdés, Claudia Quinteros, Francisca Reyes y Paula Millán, para tener un profundo encuentro con el amor de Cristo a través de su Palabra, la liturgia, la naturaleza y la vida comunitaria, fortalecer los lazos de amistad y así volver renovadas para poder anunciar con alegría la Buena Noticia recibida. Maite Zaccaria: “El lugar es fantástico, las personas son acogedoras y todo invita a sentirlo. Pero también me permitió darme cuenta que no importa en el lugar donde me encuentre, depende de mí buscarlo y entablar una tienda de encuentro. La pertenencia a una comunidad me facilita el camino, me di cuenta de lo que une siempre es el amor, por ello me quedo con la lectura: “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28)”. Ximena Torrealba: “La gran experiencia vivida fue el amor. Vi el amor de Dios a través de su creación, vi el amor en la comunidad, en las semaneras, en quienes nos visitaron y en mi compañera de pieza”. Macarena Santa María: “Tuve la oportunidad de encontrarme conmigo misma a través de la oración, lectio, comunidad y escuchar lo que Dios quería decirme”.
Paula Adriasola (B04), administradora de la Decanía, aunque desde Santiago, volvió después de 16 años de haber ido como formanda, a un retiro de diez días de silencio, oración e intensa vida comunitaria donde sus hermanas de la Casa Santa Hilda. Estos días, además, estuvo Javiera Schmidt, exalumna y Directora de Tutoría del Colegio San Luis de Alba, quien, además de conocer San José, pudo incorporarse al horario, el trabajo y a las oraciones, compartiendo con la comunidad y profundizando en la espiritualidad manquehuina: “Dios nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el amor” (Ef 1, 4-5). Este versículo resume en breves palabras cómo Dios y la comunidad Santa Hilda iluminaron mis días. Siento un llamado profundo a vivir la santidad en Dios y por Dios, volví a encender mi corazón de sentirme hija amada por Dios, un Dios que vive en mí, un Padre que esta todo el tiempo con los brazos abiertos, que me rescata y que su misericordia es eterna. Vuelvo a Valdivia con el corazón y el alma renovada del amor de Cristo”.