Al igual que nuestro padre San Benito, la comunidad fundadora llegó “…sabiamente ignorante y prudentemente indocta” (VB P). No tenían nada preparado para pasar el invierno: ni leña ni palos secos. Empezaron a pasar frío, la instalación era bastante precaria, por lo que hacían todo en la cocina, era el único lugar donde había un fuego. Recuerdan el frío terrible en las noches, el paisaje constantemente blanco, el barro y la escarcha que los dejaba sin agua. José Antonio Navarro cuenta que la primera vez que se enfrentaron a este problema le preguntaron al maestro Jaime: “¿A qué hora se va la escarcha? Agosto – septiembre, fue la respuesta.
Aunque mantenían la alegría y el entusiasmo de ser fundadores, también conocido como el fervor novicio, la instalación durante esos primeros meses fue dura, incluso estuvieron un tiempo aislados por un camión que quedó atravesado en la carretera y cortó el camino hacia Guadal. Los domingos, la vuelta de misa era difícil: estaba oscuro, intentaban prender el fuego con leña húmeda y sin experiencia, no se calentaba el agua. Todos recuerdan el frío intenso. Pero a pesar de todo, siempre se mantuvieron constantes en la oración del Oficio y la Lectio.
Mientras tanto, ese semestre en Santiago se comenzó a invitar jóvenes a la experiencia de formación. Los primeros en motivarse fueron Macario Valdés R. (B99) y Felipe Bunster E. (B99).