El lunes 2 de mayo celebramos las Vísperas Generales en las diferentes decanías, en las que, unidas a la oración, se realizó una reflexión en torno a la resurrección del Señor y el tiempo pascual que estamos viviendo.
En la Decanía San Benito, Álvaro Gazmuri (B01), a partir de la lectura de los discípulos de Emaús, mostró: “Lo que nos pasa tan a menudo. Viendo al resucitado, sabiendo la información en nuestra mente, habiendo hecho lectio miles de veces en algunos casos… y aún así, a veces, vivimos como si no fuera un hecho, una realidad…. Como que faltara un paso, hay una brecha entre acá (mente) y acá (corazón). El gran poder de la Resurrección, que personalmente le pido constantemente al Señor, es que me transforme el corazón, este corazón de piedra, seco, cansado muchas veces, desesperanzado, un corazón que cree que se las sabe todas, y que sabe lo que va a pasar en el futuro, en mi familia, en mis relaciones, en mi trabajo, en Chile… que cambie ese corazón, por un corazón de niño, por un corazón ardiente, que es capaz de reconocer la Resurrección que está presente, que ya es una realidad, pero que no la vemos”.
Invitando a ver a Jesús Resucitado que “camina en todo momento contigo y conmigo, cuando se nos quita el miedo, cuando sales al encuentro de otra persona, cuando a tu alma entra la paz por alguna situación que estás viviendo, y también cuando no lo experimentas… está ahí. Como el sol, que aunque no lo veamos, está, aunque sea de noche está, y es lo que mantiene con vida a nuestro planeta”.
Roberto Avila, oblato de la Decanía San Lorenzo, nos recordó que: “Durante la pandemia me pasaron dos cosas, una terrible, la muerte de mi papá. Nunca había vivido un sufrimiento como éste; me peleé profundamente con Dios. Así como murió mi papá, también durante un tiempo para mí Dios murió. Dejé de rezar y estaba amargado. Pero con el tiempo descubrí que Dios me hizo entender que todo lo ocurrido era por algo que quizá no entendía, y así comenzó nuevamente en mi a brotar la vida, la alegría, la fe. Junto con eso tuve que volver a trabajar al Colegio y como había estado abandonado durante meses por la pandemia, observé cómo, entre el pasto sintético del patio de mi sala, comenzaron a salir brotes y a crecer pasto y flores; los vi crecer durante semanas, y algo tan simple me ayudó a entender que en medio de toda la desolación, la vida pandémica y algo tan feo y sin vida como un pasto sintético, la vida surge, la vida es imparable, en medio de todo esto crece y se manifiesta, y lo mismo ocurría en mi corazón. En medio de la amargura, la pérdida, la desilusión y el luto, la vida volvía a manifestarse con fuerza. Con todo esto llegué a la conclusión que la vida no se puede frenar ni tampoco ocultar y que Dios hace brotar vida en medio de la muerte. Fue demasiado evidente que estaba viviendo una resurrección real en mi vida”.
Alessandra Botello (A15) invitó a reflexionar en torno a vivir una vida de resucitados: “Esta Semana Santa me tocó vivirla con un grupo de jóvenes universitarias de los tres colegios en San José. Y de toda la experiencia lo que más resonó en mi corazón fue una lectura de la Primera carta de Juan (3, 14): “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama, permanece en la muerte”. Porque caí en la cuenta de que había estado viviendo una vida de muertos. Antes de San José preparando mi título y fue una vida de muerta: dejé de ir a comunidad, dejé de ir a misa, en mi casa todo giraba en torno a mi estrés, y faltaba constantemente al amor hacia mis hermanos y mi mamá, y pasé de ese desierto a una semana en San José donde volví a esa vida en comunidad de constante servicio, entrega y manifestaciones de amor, volví a una rutina cargada de oración, volví a ser consciente de la presencia de Dios en cada minuto de mi vida, volví a la vida, resucité al amor”.