“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado” (Mt 17, 1).
Durante el verano, la comunidad San Martín de Porres, a cargo de Elizabeth Osorio (L08) viajó a Arequipa a hacer talleres de lectio divina en seis parroquias y en el monasterio de las carmelitas, bajo el lema “La unidad mediante el vínculo de la paz” (Ef 4, 3).
Nos cuenta Nicolás Díaz (L22): “Para la misión, nos dirigimos como comunidad a un monte elevado. Arequipa está 2.300 metros sobre el nivel del mar, en comparación a Santiago que está a 570. Tuvimos que ascender casi 1.800 metros, por lo que nos costó adaptarnos. Pero antes de llegar, debido a las condiciones sociopolíticas que enfrenta Perú actualmente, tuvimos que cruzar el desierto. Luego de haber llegado a la aduana peruana tuvimos un retraso y esto provocó que nos encontráramos con manifestaciones en la frontera. A pesar de esto, no nos vimos paralizados y tomamos la decisión de bordear la manifestación y cruzar caminando, lo que implicó una caminata durante dos horas, con maletas, bolsos, sin comida y agua. En la primera hora de caminata, la Eli nos recuerda que era viernes, que Jesús un día como hoy cargó su cruz y que este día la vuelve a cargar con nosotros. Nos invitó a cargar nuestra propia cruz. Después de estas palabras, ver a la comunidad tan unida en ayudarnos mutuamente durante todo el trayecto fue un momento de aliento. Nuestro paso por el desierto no fue al azar, al contrario, es un lugar especial, un lugar espiritual. Es el mismo escenario que eligió para el pueblo Israel, y lo eligió nuevamente para nosotros, para llamarnos y hablarnos.
Dios intervino entre nosotros a través de las diferentes personas, actividades y lugares que fue poniendo en nuestro camino, lo que nos permitió vivir el amor de Dios en profundidad, permitiendo que pasemos de ser siete jóvenes egresados de diversos años de Manquehue, a ser uno solo en Cristo. Aquí el monte elevado dejó de ser un lugar geográfico y se convirtió en un lugar en nuestro interior, donde cada uno fue elevando la mente, la mirada y el corazón.
Semana a semana fuimos enriqueciendo nuestra identidad como hijos e hijas de Dios junto a la comunidad del seminario San Jerónimo, quienes nos abrieron las puertas de sus vidas en cuanto a la misa diaria, el oficio, la lectio personal, adoración al Santísimo cada domingo y en las comidas con coloquios celestiales, lo que nos permitió hacer eco del Pangue Lingua que cantábamos en la Adoración, especialmente cuando dice “Sembrar la semilla de la Palabra”, porque eso fue lo que vivimos durante este tiempo. Se fue transfigurando el corazón de cada uno, haciéndonos a nosotros mismos Palabra de Dios para otros, por lo que el verdadero monte elevado fue la comunidad San Martín. Nos fuimos animando uno a otros en la búsqueda de Dios y en la misión como discípulos misioneros.