“Oblato” significa etimológicamente “el que ha sido ofrecido”. Originalmente se refería a los niños entregados al monasterio por las familias para que fueran monjes, práctica usual en tiempos de san Benito. Más tarde se usó para designar a los laicos o clérigos que participan de la espiritualidad de un monasterio particular, mediante una asociación formal. El término oblato se conservó en Manquehue para designar a los miembros con un compromiso de duración de por vida.
Oblato es un hombre o una mujer, casado o célibe, es decir familiar o cenobita, que quiere vivir, al igual que cualquier cristiano, el Bautismo en profundidad según la espiritualidad benedictina. El compromiso de los cenobitas y de los familiares es el mismo y, es producto de un llamado de Dios y de una respuesta personal a esa vocación. Cuando una persona casada se hace oblata u oblato, se entrega a Dios desde su propio estado y con el consentimiento del cónyuge. Cuando una persona célibe se hace oblato ha decidido no casarse antes de hacer su promesa, y desde ese estado se entrega igualmente a Dios. Como dice el Apóstol: “Hermanos, permanezca cada cual en el estado que fue llamado” (cf 1 Co 7, 20)
La promesa no es un voto ni público ni privado ni tampoco una profesión religiosa, porque todos los oblatos son laicos. Su promesa no cambia esta condición esencial sino la forma en que viven su Bautismo.