Tras finalizar su retiro final y el retiro de escolares de fin de semestre, el jueves 30 de junio regresaron a sus casas en Santiago María Jesús Airola (A12) y Antonia Ríos (A17), formandas que estuvieron viviendo desde marzo en la casa Santa Hilda.
Las jóvenes se sumaron al horario normal de San José, donde pudieron gozar de la espiritualidad de Manquehue en el entorno natural de la Patagonia.
María Jesús Airola: “Ser parte de San José este semestre fue un regalo. Creo que faltan palabras para describir la experiencia, lo aprendido, lo encontrado y sentido. Fue un despertar a la realidad de Dios, mantenerme en una búsqueda constante y cambiar la mirada de mi vida.
“Asustadas, inclinaron su rostro en tierra, ellos les dijeron: ¿Por qué buscás entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ¡ha resucitado! Y ellas recordaron sus palabras” (Lc 24, 1-8). Me siento muy reflejada con las mujeres que van al sepulcro a buscar a Cristo, pero al llegar no lo encuentran como ellas pensaban, muerto, sino que se les anuncia a un Cristo vivo y resucitado. La comunidad me ayudó a encontrarme con este Cristo vivo, que irrumpe mi vida para llenarla de Vida. Me vi inmersa en el amor de su resurrección que se manifestaba en la naturaleza, en las personas de Guadal, en la rutina y sobre todo en cada persona que encontré en estos meses. Cristo ha resucitado y lo he podido ver”.
Antonia Ríos (A17): “Yo estoy contigo; te guardaré por donde vayas y te devolveré a esta tierra. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho” (Gn 28, 15).
Para mí la experiencia de cuatro meses en San José fue un regalo. Vivir en comunidad, hacer lectio todos los días, rezar el oficio, trabajar, visitar y el contacto con la naturaleza y la vida sencilla me hicieron completamente feliz.
Descubrí que Dios busca encontrarse conmigo en mi claustro interior, descubrí a Dios en la comunidad, descubrí a Dios hablándome diariamente en la lectio y me fui conociendo más a mí misma gracias a la vida en comunidad.
Dios se me manifestó en todo, todo me habló de Dios. Creo que estos meses fue un profundizar en mi fe, en mi encuentro y un tiempo lleno del amor de Dios. Se me hizo evidente que Dios me ama y me lo manifestó fuertemente en la comunidad, en las convivencias, en los acompañamientos, conversaciones, en la risa, simplemente estando en silencio, en los gestos de cariño y en la rutina.