Desde febrero de 2020, el matrimonio Roberto Quiroga Salazar (A08) y Charlotte Blumer (A10), junto a su familia, se instalaron a vivir con la Comunidad de la Decanía en San José, para vivir una nueva aventura a la que Dios los llamaba.
¿Cómo se gestó su partida a San José?
El año 2018 empezó a crecer en nosotros como matrimonio la intuición de querer vivir una experiencia que nos ayudara a unir más nuestra fe con nuestra vida familiar. Sentíamos que vivíamos mucho la fe cada uno por nuestro lado, pero que a nivel familiar estábamos construyendo una vida sin Dios. También queríamos avanzar en vivir una vida más sencilla, lejos del consumismo y de la velocidad santiaguina, más apegados a la naturaleza y a un ritmo más humano. Por eso, San José parecía ser el lugar idóneo para trabajar todo esto, ayudados por la comunidad de la Decanía, por la vida de oración que se vive intensamente, por el entorno natural, el estilo de vida y por la misión y el trabajo que podríamos llevar a cabo.
Es por esto que en diciembre del 2018 hablamos con José Manuel Eguiguren, Responsable del MAM, para ofrecers partir a San José. Él nos dijo: “su idea no caerá en saco roto, esperemos y veamos cómo avanzar con esto”. Larga fue la espera desde esa reunión hasta agosto del 2019, en que nos confirmaron que la Decanía de San José estaba buscando un matrimonio que quisiera hacerse cargo de la hospedería del recién renovado Puesto San Agustín. En noviembre de 2019 fue nuestra primera visita, para ver aspectos prácticos, y ya en febrero de 2020, en la aurora de la pandemia, viajamos desde Santiago a San José, con los corazones felices por la nueva aventura a la que Dios nos llamaba.
¿Cómo fue su llegada y su primer tiempo allá?
Llegamos a vivir a la Casa San Bonifacio. Acompañados muy de cerca por Manuel José Echenique, oblato, el decano, fuimos poco a poco sumándonos a la vida y misión de la Decanía. La lectio diaria, el oficio divino rezado tanto en las casas de formación como en nuestra casa familiar, el trabajo, la formación de los jóvenes por cuatro meses, la vida litúrgica, la relación con los vecinos, etc. Al haber llegado justo con la pandemia, nuestro supuesto trabajo se vio bastante frustrado en una primera instancia. Estuvimos harto tiempo sin saber bien cómo enfrentarnos al hecho de que no viniera nadie. Tuvimos que volcar nuestra creatividad a otras cosas, tanto domésticas como otros encargos dados por la comunidad. Fue un tiempo de intensa vida familiar, de mucho crecimiento en todo sentido. Como le dijo un anciano a un monje joven: “vuelve a tu celda, tu celda te lo enseñará todo”. Justo eso nos pasó, con ganas de salir a San José en busca de instrucción, la verdad es que el verdadero desafío, trabajo y lugar de encuentro era la intensa vida en nuestra celda de San Bonifacio. Ahí, en esa escuela de amor, estábamos llamados a amarnos los unos a los otros.
Uno de los primeros trabajos al que nos dedicamos al llegar fue a arrancar de raíz el ejército de rosa mosqueta que rodeaba la casa por todas partes. Quizás también eso es un signo exterior de algo que nos fue pasando por dentro a cada uno de nosotros.
¿Algo que hayan aprendido de su tiempo en San José?
Una cosa importante que hemos aprendido es a rezar más como familia. A pesar del cansancio, de las miles de tareas pendientes, de la hora, hemos aprendido a no descuidar esa oración “breve y pura” a la que nos llama san Benito. Muchas veces nos sale difícil perseverar en la oración, y las condiciones prácticas no lo hacen fácil, sin embargo, acogiendo el consejo de nuestro decano tomado de la Regla, hemos avanzado en el “como se pueda”.
También hemos aprendido a vivir más en el hoy, confiando en el plan y en la historia que Dios tiene para nosotros. Entregándole a él todas nuestras inquietudes, con la certeza de que su Providencia nunca nos abandonará.