La primavera en la Patagonia es muy fuerte. El contraste que se genera entre la primavera y el crudo invierno que la antecede la transforma en una verdadera explosión de vida. El invierno oscuro, gris, en que toda la naturaleza, literalmente hiberna, ha quedado atrás, dando paso a la luz, a los colores, especialmente de los árboles, el pasto y las diminutas florecillas que cubren todos los potreros y laderas. Y junto con el cambio estacional, ocurre un fenómeno lleno de vitalidad y renovación: las crías de todas las especies, que empiezan a aparecer por todas partes como verdadero signo de resurrección. Desde los pequeños pavitos y pollitos, hasta los más tiernos corderos y terneros, comienzan su vida en esta época poblando jardines, potreros y corrales.
Pero no todo es fácil. La naturaleza, por si sola, muchas veces se ve superada por accidentes, por enfermedades y hasta por la muerte. No son pocas las vacas, por ejemplo, que mueren al parir. Y para qué decir los corderitos que son hechos presa de águilas, zorros, leones, e incluso de perros cebados. Es en ese momento cuando el gaucho a cargo de los animales debe velar por la seguridad de sus piños y rebaños.
Y es así como aparecen los renombrados “guachos”. Los guachos son crías de ovejas o vacas, recién nacidas, que por distintos motivos quedan “solos” en el mundo, si no fuera por el gaucho que lo toma y se hace cargo de su supervivencia. Dichas crías, quedan guachas por las más variadas razones: muerte de la madre, rechazo o imposibilidad de alimentar a la cría (falta de leche), debilidad de la madre, incapacidad de la cría de alimentarse bien, entre otras razones.
Y es ahí donde interviene el dueño del animal, que, según la usanza de la zona, regala el guachito a algún amigo o pariente cercano para que se haga cargo de su subsistencia, llevándose como paga al mismo animal.
En el caso de los terneros guachos, los primeros tres días de vida son clave. Su nuevo dueño tiene que darle 4 litros de leche cada 4 horas con una mamadera, atendiéndolo en todas sus necesidades, incluso preocupándose de su temperatura. Darle leche al animal pasa a ser una experiencia impresionante, pues el dueño o dueña, comienza realmente a generar un vínculo padre/madre-hijo/hija. Luego de los primeros días, si el guacho “se afirma” y sobrevive, viene el tiempo de enseñarle a beber directamente de un balde, para facilitar su alimentación. Al igual que los bebés humanos, el sueño es un elemento clave de las primeras semanas de vida. El guacho dormirá prácticamente todo el día hasta que sienta hambre y exija su ración correspondiente.
Debemos recalcar la importancia del lazo o vínculo que se genera entre el animal y su dueño. Estos, aprenden de inmediato a reconocer quién es su nuevo padre/madre. Reconocen su olor, su voz, su llamado. El dueño, por supuesto, debe ponerle un nombre al guacho para poder llamarlo. El recién nacido aprende a responder a su nombre igual que los perros.
Luego de un par de semanas, el ternero guacho, al igual que los cachorros de perros o gatos, comienza la etapa de los juegos: saltos, piques en profundidad, cabeceos. De muchas formas aprenden a expresar la alegría de vivir. En estas semanas, también, el ternero empieza de a poco a comer pasto. Este es el primer paso hacia su independencia y autonomía.
Cuando ya son capaces de subsistir solos, sin ayuda humana, se puede decir que la tarea del padre/madre está cumplida. Ha hecho un buen trabajo, ha hecho sobrevivir a su guacho y podrá gozar de las retribuciones que él mismo le dará tarde o temprano.