Hay un personaje en la región de Aysén que no puede ser olvidado, presente día a día, en todas y cada una de las casas en la Patagonia y símbolo de la acogida y la bienvenida, se encuentra nuestro amigo el Mate.
El Mate es una infusión de hierva color verde (yerba mate), que se toma con bombilla para evitar que la yerba llegue hasta la boca, en una calabaza ahuecada y seca o en un recipiente denominado “mate”, y que puede estar adornado o decorado según las cualidades económicas del anfitrión. Para evitar el sabor amargo de la yerba, el mate puede ser endulzado con azúcar (mate dulce) o acompañado por “yuyos”, que son otras yerbas o especies que le dan un nuevo sabor a la yerba mate; no falta quien también agregue alcohol a su mate, bebida que recibe el nombre de mate con punta.
El mate se encuentra presente en casi toda Sudamérica, (recibe su nombre del quechua mate, mati, “calabaza chica y redonda”) pero en Aysén, quizá por influencia argentina, el mate ha adquirido un lugar central en los hogares y la familia de la XI región de Chile, siendo su principal expositor el mate amargo: mate que no posee otro aderezo más que el agua, que no puede estar ni muy caliente o hirviendo ya que quemaría la yerba y su sabor (además de la boca), ni muy frío, para que el sabor del mate se impregne por toda el agua. El dedo meñique es el método más valorado para testear la temperatura del mate que debería estar cercana a los 70 y los 80 grados.
Testigo de confidencias, historias, mentiras, cuentos y conversaciones, el mate siempre acompaña la recepción de un amigo o un desconocido en una casa aysenina. Traspasando las barreras económicas y sociales, cada vez que un visitante llega a una casa, es bienvenido con un mate, que representa la acogida, el adherirse a las tradiciones de los antiguos, quienes en la escasez solo podían compartir lo que se tenía: mate. Como respuesta a la acogida patagona, uno siempre debería aceptar el mate que se es ofrecido por el cebador (preparador y repartidor de la calabaza) y nunca dar las gracias, ya que en ésa sola palabra está contenida la frase “ya no quiero más mate, muchas gracias”.
El mate es entregado por el cebador en una especie de liturgia en la cual es distribuido a los asistentes en el orden en que se encuentran sentados, siempre apuntando con la boca de la bombilla a la persona a la cual se le entrega. El receptor debe tomarse toda el agua del recipiente, cuando la bombilla hace un sonido de término, y no debe dar las gracias hasta que efectivamente se esté satisfecho y no se quiera más. No es raro que a alguien le duela la cabeza cuando no ha tomado mate, pero esto no es un síntoma de adicción, sino que en Aysén, se ha vuelto la principal manera de tomar agua y de hidratarse. Porque el mate tiene muchas propiedades: es hidratante, estimulante, despierta, es diurético, refrescante, da calor al cuerpo, entre otras, además de tener un sabor agradable.
Muchas leyendas y tradiciones giran en torno a su figura, que esconde un lenguaje propio enorme. Misteriosas intenciones pueden encontrarse cuando una mujer entrega el mate a un hombre con el agua muy fría, o muy caliente. O si hay o no roce con las manos al entregarlo (por lo que los maridos desconfiados suelen usar un mate con dos orejas que recibe el nombre de “celoso”, para que no haya contacto). Es muy importante seguir al pie de la letra las instrucciones de esta liturgia del mate, ya que entregarlo con la mano izquierda, no darle a un visitante, decir que no a su ofrecimiento, no apuntar con la bombilla, ponerle agua a una temperatura distinta, o repartirlo “lavado” (cuando ya la yerba ha perdido su sabor), puede producir malos entendidos.
No podemos negar que por todas sus cualidades, el mate ha sido siempre y lo seguirá siendo, un miembro fundamental de la familia aysenina.