El perro es por antonomasia el mejor amigo del hombre, es su compañero desde hace miles de años y por su virtud de ser fácil de domesticar, ha prestado y prestará al género humano un sinnúmero de trabajos y servicios: guías de ciegos, acróbatas, protectores de niños o compañeros de policías, a algunos también los han lucido en impresionantes exposiciones caninas, otros han sido guardianes de sus casas, bestias de tiro, deportistas, auxiliares en las cacerías. Estos son algunos ejemplos de oficios que el perro ha realizado para el bien de la humanidad, sin embargo, hay uno en especial al que queremos destacar: el perro patagón. Hábil, inteligente y útil compañero de los pastores y de los primeros colonos que poblaron la Patagonia.
En Aysén es común ver al hombre de campo, al gaucho, recorriendo los caminos, dirigiendo a caballo sus piños, y acompañado por dos o más fieles perros pastores. El perro en la Patagonia es más que una simple mascota, es un obrero que acompaña a su dueño en largas jornadas de trabajo, donde muchas veces la paga va asociada a poco sueño y poca comida. Dirige animales, busca las ovejas perdidas, reúne a las dispersas, además de vigilar como celoso custodio las prendas y posesiones de su amo. En este sentido, no es raro verlo muchas veces atado a la montura de su dueño, a quien sirve por sobre todas las cosas, poniendo a sus servicios todas sus capacidades y habilidades, además de su oído, olfato, vista e incluso su propia vida. Es capaz de cazar zorros y pumas (leones), por lo que en ocasiones son enviados por sus dueños con este fin, lo que les ha otorgado los seudónimos de zorreros y leoneros.
Aunque su raza aún no está reconocida, el perro patagón tiene características que lo distinguen de otros perros: su pelo largo y grueso, con una chasquilla que puede llegar a taparle sus ojos, de estatura media, de colores generalmente blanco, negro o gris y sus respectivas combinaciones. Es fácil de adiestrar y tiene agudos sentidos, en especial el oído: acude sin la menor vacilación al llamado de su amo; fuertes silbidos y chiflidos con los cuales puede ir siguiendo también las instrucciones en el trabajo con los animales que tiene a su cargo.
“Más de un perro ovejero se incorporó a la leyenda, y aún muchos años después de su muerte, reencarnado en el prototipo de la lealtad, busca afanosamente y sin descanso en las claras noches de luna, la compañía del hombre que le enseñó con rudeza a ganarse la vida y con dulzura infinita, a compartir el charqui, la soledad, las penas y las alegrías…”[1]
[1] Félix Elías P, “Acuarelas del Baker”, página 72
Biografía
Leonel Galindo O, “Aysén, Voces y Costumbres”, Editorial Orígenes, 2001
Félix Elías P, “Acuarelas del Baker”, 1997