Ya están casi extintos, aunque todavía se pueden ver algunos, sobre todo en las épocas en que los gauchos o los hombres del campo movilizan sus ganados.
“Pilchas”, puede tener varios significados, pero uno de ellos es como el gaucho denomina sus vestimentas, y el pilchero es el caballo de carga (o la carga misma) en donde son transportadas.
Antiguamente, para trasladar sus cosas los campesinos de Aysén, que tenían que ir a comprarlas a Argentina o a otros lugares, debían hacer sus equipajes y maletas y ponerlas tapadas por una lona o algo que las protegiera del viento, el polvo, el agua y las demás inclemencias del clima para que éstas pudiesen llegar a su destino corriendo el menor riesgo posible. En él cargaban el mate, el aceite, la harina, el azúcar, el tabaco, y todo lo que pudieran llevar para proveer sus hogares de lo necesario para vivir.
Cinchas, bastos, reatas, cabestro, son palabras desconocidas para nosotros, pero que en su conjunto le dan al pilchero su forma.
“El pilchero atravesó las pampas, los valles verdes; trasmontó los cerros, cruzó los ríos, llevando el bagaje de los colonos a la la saga del sillero, apegado a la cincha y acuciado por el ladrido persistente del perrito ovejero (…) Sentado en los garrones, sin asomo de miedo, el pilchero bajó de los riscos buscando huellas en las candongas de los ríos. De rodillas trepó a la cumbre de los cerros y, a pesar del sufrimiento, sus belfos sangrantes besaban las piedras que lo mortificaban (…) El pilchero sirvió al “mercanchifle” de imprescindible herramienta de trabajo, tan importante quizás como su innata condición para vender bagatelas a precio de oro o comprar oro a precio de bagatelas. Pero el pilchero del mercanchifle tuvo más suerte, porque aun cuando los fardos que transportaba eran más voluminosos, pesaban mucho menos que los sacos de sal que cargaban sus hermanos en desgracia” (Feliz Elías, Acuarelas del Baker, 1997).