También conocido como tero, el queltehue es un ave que se puede encontrar en gran parte del territorio nacional, principalmente en los campos, explanadas, humedales, orillas de lagos y tranques. Aysén no es la excepción, ya que una de las subespecies del tero -conocido como queltehue o tero austral- habita desde Chiloé al sur durante los meses primaverales, migrando hacia el norte durante el invierno. En San José es muy común verlos en la plaza y el potrero de la alfalfa cuidando sus huevos o buscando insectos y semillas de que alimentarse. Gran defensor de su descendencia, el queltehue se torna tremendamente agresivo si ve que algún peligro amenaza a sus huevos, y es que, al anidar en el suelo, cualquier animal o ser humano representa un grave peligro. Al darse cuenta de la presencia de un posible depredador, el tero intentará distraerlo volando lejos del nido simulando estar herido o también realizara vuelos rasantes que pueden llegar a herir al intruso con sus espolones expuestos[1]. Por la misma razón, son considerados centinelas en muchos campos, al mismo tiempo que su grito es considerado como un anuncio de lluvias. Escucha su grito aquí.
Gabriela Mistral, en “Elogio a las cosas de la tierra” escribió sobre esta típica ave chilena:
El país tiene pocos zancudos, poca garza. Pero el queltehue está en el lugar en donde lo consentimos, en donde no se le hostiga el nidal y los polluelos. “Se da” como las plantas indígenas se dan; podríamos protegerlo, y multiplicarlo hasta que fuese tan común como el molle, es decir, hasta que se volviese parte del paisaje en el Llano Central.
Porque, según las bestias y las plantas características y heráldicas, él es un avenido con relieve y atmósferas nuestras; él vino a estar con nosotros, él nos quiso por reino y nosotros le hemos sido ácido y persecutorios. No por inhumanidad ni odio expresos: por banalidad y deporte.
El luido queltehue es una zancuda, y no menos arisco y donoso que las otras.
Vino vestido en blanco y en negro acérrimos, y con el negro le da sobre lo alto, para rebose de hermosura, unos vivos metálicos, que sorprenden de pronto con la cuchillada del viso. Negro sobre el pecho y cola y alas mediatizadas también de negro, y blanco, lo que es lucir: cuello, muslos y vientre… para no asustar con demasiada tiniebla a la pollada que nace y vive asustadiza. Las patas, cosa de lucir también, en persona tan patuda van de rosado al rojo y hasta se ensombrecen de la cargazón del rojo. Con lo cual el sobrio no peca de desabrido ni de pintarrajeado en la pluma: un poco más de color y resbalan a flamenco tropical; un poco menos y se queda en el absoluto poco insípido de la garza… Tres colores le bastan, y así a turnos de negro, los blancos no hostigan y los negros no lo entenebrecen en la fiesta que es la luz del Valle Central. Y eso de sustentarse sobre dos toques de aurora, como quien excita la pardez de los suelos, parece un bonito antojo de misericordia. En los jardines está bien el tri-color, no sólo porque mate gusanos y bichos sino porque, bien mirado -y no se le mira- es otra flor, otra manera de ser lirio atigrado y de ser que tiene la tierra.
El muy galán quiere el agua como el arroz prefiere el agua, como los pueblos lacustres; no es geniecillo de secano, le parecen mal los suelos desesperados. Por eso yo no lo tuve en el Norte, donde mandan la aridez y la sed. De tenerlo me lo tendría en la memoria de las manos y no en la de los ojos: la tuviste en su tacto doble de pluma blanda y pluma dura.
…Él le paga sin amor al suelo. Porque, a pesar del gran juego de alas y del vuelo fácil y alto, él anida allí, en lo raso; porque él animador no se encarama, de un salto en los árboles. Pues, allí se queda, a suelo raso, y allí va a poner sus 4 unidades; unos huevos oliváceos o pardos, y jaspeados, lindos de ver. No nos parecen “poneduras”; quien no sabe, los cree dejados caer allí y quedados. Como la perdiz del trigo, pero a esta le vale para guardia de su tesoro el velo y el pestañeo del trigo que mucho cubre. La pobre queltehua empolla a toda luz y viento, como una loca, o una atarantada.
15 o 16 días se quedan allí expuestos al sol, a la mano, a la pisada del azar. Con ella no cuenta lo de “meterás entre la mano tu tesoro entero…”[2]
Mira aquí un video del queltehue, ¡te darás cuenta que los has visto muchas veces!
[1] Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Vanellus_chilensis_fretensis
[2] Mistral, Gabriela. “Elogio de las cosas de la tierra”. Andrés Bello, Santiago, 1979. Pp. 128-129
Foto de: https://es.wiktionary.org/wiki/queltehue_austral