Hace algunos días volvieron de un retiro en San Jose 10 alumnas IV° medio del Colegio San Anselmo y tres tutoras que fueron acompañándolas. El retiro, que se realizó bajo el lema “por eso voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,14), fue una experiencia fuerte del amor de Dios, de conocerlo y descubrir quien y cómo es para cada una. La lectio permitió ir conociendo los atributos de Dios, al mismo tiempo que las espiritualidades permitieron ahondar en temas como la vocación del cristiano, la historia del MAM, el carisma benedictino y la amistad espiritual. Tuvieron además un retiro de silencio dentro del retiro, donde profundizaron en la oración personal y el valor del silencio.
Por otro lado, el trabajo en el campo les permitió tener mucho contacto con los miembros de la decanía estable de San José. Ayudaron en la habilitación de un huerto de frutos del bosque en la casa Santa Hilda y trabajaron en el huerto de frutales de San Beda.
Me fui de Santiago sin buscar nada y llegué a San José, donde me encontré con más de una respuesta. La pregunta “¿Quién es Dios para mí?” se me hacia casi imposible de responder en el ruido de Chicureo, pero en San José tuve el privilegio de vivir el verdadero silencio y desconexión, que me permitió conectarme con la amistad de la comunidad, impresionarme con los paisajes, sentirme satisfecha con la alegría de trabajar y servir y ver a Dios en los detalles más mínimos. El lema era “Por eso voy a seducirla, voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 16), y así fue. En este desierto de San José me encontré con un Dios Padre y vivo en cada una de nosotras. Fue una experiencia increíble en la que formé amistades especiales y vi la imagen viva del amor de Dios. Esperanza Van de Wyngard
“soy un forastero en la tierra” (Sal 119, 19. Nunca supe por qué quise ir a San Jose, pero tuve la oportunidad y las ganas. Allá encontré un refugio, en medio de una desconexión que me hizo sentir satisfecha, en la comunidad, el servicio, el trabajo y la oración, conocí a un dios nuevo, uno de reconstrucción y expansión, que se manifestó tanto como en mi interior y exterior, en un lugar lleno de paz en sus paisajes con su gente que irradiaba felicidad. Ir a la Patagonia fue una experiencia única, con un impacto sin vuelta atrás. Florencia Parada