Las actividades empezaron el miércoles 10 de abril, con la instalación de una gran cruz sobre uno de los cerros del Monasterio, y bajo la mirada de la cruz vivimos la Semana Santa.
Durante los días siguientes llegó abad Richard Yeo, quien presidió las celebraciones del Triduo y también aquellos que vinieron a celebrar desde Santiago en nuestras casas de formación y en el Puesto San Agustín.
El Domingo de Ramos, un grupo de la casa san Beda fue a Misa a Tranquilo y el otro fue a Mallín Grande, donde Jesús, montado sobre un burro, recorrió las calles del pueblo. La casa Santa Hilda tuvo bautizos en Guadal.
El Miércoles Santo, tanto San Beda como Santa Hilda, hicieron una liturgia penitencial en cada casa.
Jueves, viernes y sábado en la mañana tuvimos un horario parecido, con vigilias y luego charla, lectio y una catequesis de la liturgia de cada celebración. En la tarde del jueves fuimos todos a Mallín a la misa de la Cena del Señor, a la que siguió una convivencia en el salón de la capilla. Volvimos al Monasterio para tener Completas, canto de “mi alma está triste” y canto a lo divino.
El viernes realizamos los vía crucis en los pueblos junto a las comunidades cristianas, llevando la comunión a los enfermos, y el sábado en la noche todos nos llenamos de alegría al celebrar la fiesta de las fiestas, la Vigilia Pascual en San José, donde llegaron algunos vecinos. Terminamos afuera cantando y compartiendo un ágape junto al fogón.
Dariela Salazar (formanda, L19): Para mí fue un regalo inmenso haber subido la cruz para dar comienzo a la Semana Santa, ya que pude recordar lo que Jesús pasó cuando tuvo que cargar con ella. El ambiente de oración que había me sirvió mucho para reflexionar acerca de la Pasión de Cristo mientras subíamos el cerro. Hubo cansancio, sí, pero todo eso quedó en la cruz una vez ya lista. No cabe duda en que fue un momento muy emocionante que me dio mucha paz y alegría al corazón.
Clement Kouzmenkoz (formando, Ampleforth 2015): El jueves me llegó mucho el lavado de pies, esta acción de amor que hizo Jesús por sus amigos. Me sentí amado de la misma manera por Dios a través de la comunidad, un amor por encima de mis debilidades. La oración en el huerto me hizo recordar las palabras de Jesús por Pedro: “yo he rogado por ti” (Lc 22,32), y la certeza de que Jesús está rezando también por mí, me dio mucha alegría y paz en ese momento de oración en silencio.