El tiempo en la Patagonia es cíclico. Todo va y viene, y vuelve a ir y vuelve a venir. La naturaleza, tan presente, tan en conexión con el hombre y la mujer que la habita, marca los tiempos quizás como en ninguna otra parte. La sucesión de las estaciones, el clima, los brotes y la invernada; la siembra, los pastos, la cosecha y las nieves. Todo va y viene como un ininterrumpido ritmo del Dios que va haciendo su historia en este mundo. Y el hombre de aquí lo sabe. El gaucho montado de a caballo, conocedor de las huellas del tiempo, vive una vida cíclica marcada por dos grandes etapas durante su año ganadero: la veranada y la invernada.
Como bien se puede inferir, la invernada es el lugar en el que vive el gaucho durante lo que podríamos llamar el invierno largo, es decir, de abril a noviembre; mientras que la veranada es el lugar al que se va durante el verano largo, de noviembre a abril. El lugar de la invernada es abajo, en los llanos, en las pampas, en lugares accesibles, donde es fácil aprovisionar de forraje a la vacada hambrienta que pare entre septiembre y octubre. La veranada, en cambio, es arriba, en las cordilleras, en el monte y en las alturas, donde los pastos en verano abundan, a donde el gaucho se retira por meses a cuidar, solitario, el piño de vacas y terneros asignados, mientras que abajo se cosecha el pasto para el invierno.
En ambos lugares el gaucho vive en lo que llaman “el puesto”. El puesto es su casa. Puede ser de tejuelas, de canova, de zinc o de algún material ligero. Su disposición es sencilla. Un estar común, con la cocina a leña, una mesa, unas bancas y repisas para guardar la harina, el mate y la sal. Luego, un dormitorio pequeño donde el gaucho repone las fuerzas desgastadas por el trabajo diario. En muchos de los casos el baño es la letrina. En muchos casos, también, el agua para beber, cocinar y lavarse se saca a balde de un arroyo cercano. Un galpón exterior sirve tanto como fogón para la churrasqueada diaria como para guardar herramientas, cueros, tablas y aperos.
Y el trabajo es abundante. Como elemento común, tanto en invernada como en veranada el gaucho diariamente monta de a caballo y, en compañía de sus perros va a “mirar” las vacas. Así es como van conociendo una a una. Las distinguen a lo lejos. Y cada etapa, a su vez, con su afán propio. Los hitos que más marcan le vida de invernada son las marcaciones, las señaladas, las pariciones y el forrajeo. También está la carneada de alguna u otra vaquilla para consumo doméstico. Los hitos en cambio no existen en la vida de veranada. Cada día es igual y distinto a la vez. Cuidar, mirar y mantener sanas y salvas las vacas del piño asignado. Es el tiempo en que el gaucho dedica más que nunca su ingenio en cultivar las artes propias de aquí como lo son la música, el trabajo de cueros y la talla de madera con motosierra.
De esta forma cíclica, desinstalada, siempre nueva y cambiante, pero siempre igual y constante, el hombre y la mujer de la Patagonia vive la vida despierto y atento a la sucesión del tiempo, consciente de la historia que el Omnipotente va tejiendo en su eterno devenir.