Diciembre 2, 2025 Patagonia

Apoderadas en San José

TESTIGOS DEL PROFUNDO AMOR DE DIOS

Un grupo de once apoderadas del Colegio San Anselmo, acompañadas por Catalina Davanzo, Francisca Donoso (B98), Claudia Quinteros, promesadas, y Mariana Echenique, oblata, estuvieron entre el 18 y el 24 de noviembre en el Puesto San Agustín. La experiencia buscó tener un espacio de profundo encuentro con Cristo a través de su Palabra, la Liturgia, la naturaleza, el trabajo y la vida comunitaria según la Regla de San Benito.

Paulina Urrutia nos comparte su testimonio:  “¿Por qué llegué a San José? Porque Dios quiso, a pesar de mis planes. Tenía la inquietud hace tiempo, pero no me sentía preparada. Me atraía saber de qué se trataba el viaje a este lugar tan lindo que había escuchado, donde algunos de mis hijos habían ido y habían vuelto transformados, con una alegría y una paz difícil de describir con palabras. Me sentía cansada de tanto quehacer, de creer que buscaba a Dios en todas partes y de no encontrarlo realmente.  Demasiado adulta y controladora, pensaba que para por fin conocer a Dios, debía resolver temas pendientes, sanar heridas y madurar de una vez. Pensé: ‘quiero ir a San José’, sin embargo, me inundaban los ‘peros’, los miedos y las complicaciones, aunque el desafío de partir a esta aventura ya me llenaba de ilusión y una grata sensación de paz.

La noche antes de partir, al despedirme de mi familia uno me dijo: “mamá, disfruta tu viaje, acá todo va a estar bien”. Eso me dio tranquilidad, pero me cuesta mucho dejarlos. Luego me dijo: “vive cada minuto en el presente, que ahí hay algo de eternidad…” Desde eso momento partió mi experiencia.

El viaje fue largo, llegamos cansadas y yo sólo pensaba en dormir mucho… Amanecer en este lugar tuvo un encanto indescriptible; parecía que Dios se hubiese dedicado con mayor cuidado en la creación de aquel lugar, una belleza que realmente mostraba su infinita bondad. El viento frío, los árboles, las montañas, el cielo, todo maravilloso, no, perfecto… cuidado, no intervenido, sencillo, silencioso, la naturaleza como recién creada.

En la lectio de uno de los días, leí: “Se acercó la mujer a Jesús por atrás y tocó su manto. Pues decía: si logro tocar aunque sea sus vestidos, me salvaré” …“Entonces la mujer asustada y temblorosa se postró ante Él y le contó toda la verdad” (Mc 5, 27-28. 33). También como ella fui esa mujer asustada, que tomó la Biblia y se sintió sanada inmediatamente, y le conté a Jesús toda mi verdad, Dios mismo sanándome como una hija infinitamente amada. Lágrimas, risas y larguísimas conversaciones; canciones, oraciones y silencios. Vi en las demás, así como en mí, que Dios se revelaba, a cada una en su propia vida, nos contamos nuestras historias, nos hicimos hermanas.

La certeza del encuentro con Dios en San José fue algo profundamente transformador; “No temas, que te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mía” (Is 43, 16). Hoy, de vuelta, sólo quiero agradecer todos los días por la experiencia vivida y el profundo Amor de Dios del que fui testigo, ahora el desafío es anunciarlo”.