El Retiro de Rama adultos se realizó entre el viernes 8 y el sábado 9 de agosto en la Casa de Retiros Santa Teresa de los Andes, en Auco.
Bajo ese lema, vivieron una experiencia renovada del carisma manquehuino, por medio de espacios de silencio, donde pudieron encontrarse con Dios en la oración, sentirse Sus hijos amados, a través de la Liturgia y la oración y vivir la Tutoría Manquehuina. Vivieron una experiencia eclesial, uniéndose a este Año Jubilar, peregrinando juntos, en esperanza, a la Puerta Santa de Auco.
De la Comunidad de San Benito:
Verónica Vargas: “Qué regalo tan grande del amor de Dios viví este fin de semana. Me volví a encontrar con este, mi Señor, que me ama, me salva y me libera. Su Palabra iluminó mis oscuridades, derribó fronteras y me inundó de amor. Cambió mi mirada y me ensanchó el corazón con esa mirada que ama, que sana, que me perdona y me busca. Siento que, como María, al ir a Auco elegí lo que no me será quitado. ¡Señor Jesús! te veo cercano, disponible, siempre atento a mi pesar. ¡Señor Jesús! perdón por mi falta de piedad y perseverancia para orar. ¡Señor Jesús! quiero contigo siempre caminar y tener a mi lado tu dulce compañía, amor y lealtad. Amén”.
Matías Flores (A14): “El retiro fue una tremenda instancia para reafirmar y profundizar mi llamado a la santidad, entendí la importancia que tiene la práctica de la caridad en mi vida como católico y en mi vocación a la santidad. Sobre esta idea me llega una frase de Santa Teresa de los Andes: “Quiero que mis acciones y palabras tengan este sello: Que soy de Jesús”. También me voy con la esperanza de la fe que tiene Dios en mi vocación de Santidad. Él, como un verdadero Padre que espera todo de un hijo, cree de corazón que algún día seré santo a pesar de mi debilidad humana”.
De la Comunidad de San Lorenzo:
Juanita Vallejo: “Agradezco al Señor permitirme asistir a este retiro tan potente ¡y donde se me manifestó fuertemente su amor! El lugar, el clima, los trabajos y reflexiones, la capilla preciosa, la dedicación y preparación con tanto cariño. Su Palabra me confirmó que fue un buen camino tomar la actitud de María al elegir escuchar su palabra a los pies de Cristo y no quedarme en las preocupaciones de Marta. Y, ¡escuché! Él me allanó el camino para que yo pudiera ir. También me habló de la importancia de la caridad, que es hacer las cosas con amor como Él hace conmigo. El trabajo de Toté, con un idioma tan natural y profundo, también me hizo sentir un tesoro preciado para El Señor. El trabajo con los grupos, en donde manifiesta Su amor en los otros, en los ecos y testimonios de vida, me ayudó a aprender de cada uno y me va iluminando el camino. Me abrió a perdonar y perdonarme a mí misma por mis errores y caídas, que muchas veces no me dejan avanzar. Gracias por tan lindo retiro, necesitaba encontrarme con el Señor y… me encontré con Él y con todos”.
De la Comunidad de San Anselmo:
Carolina Ruiz: “Una linda oportunidad, no sólo de compartir con alegría en comunidad, sino que también de cultivar nuestra relación personal con Dios y meditar su Palabra en un entorno precioso. Me quedo con recordar su presencia permanente, porque, como vimos en el retiro, Él no sabe estar ausente de nuestras vidas. Un lindo mensaje de esperanza”.
Gonzalo Salgado: “Este fin de semana viví algo que me llenó el alma y que sólo puedo describir como un abrazo del cielo. Fui al retiro de adultos del Movimiento Manquehue sin saber muy bien qué me esperaba. No llevaba un plan, solo un corazón abierto… o quizás, más bien, era el Señor quien me llevaba de Su mano sin que yo lo supiera. Era mi primera vez, pero ya venía marcado por lo que viví en marzo pasado, en San José de Mallín Grande, junto a un grupo de apoderados. Allí nació una comunidad que se ha vuelto mi refugio, mi espacio de fe y amistad, y que me animó a dar este paso. En el retiro, el Señor me sorprendió con algo que nunca olvidaré: una comunidad de hermanas y hermanos que me recibieron como si me conocieran de siempre. Bajo la luz de los oblatos, viví la fuerza de la lectio divina y del eco, que se transformaron en momentos donde el silencio hablaba más que las palabras. Y fue ahí, en ese silencio y en lo compartido, donde sentí que Dios me hablaba directamente al corazón. Sus palabras me dieron claridad, Su presencia me dio paz y Su Espíritu llenó de luz cada rincón de mi ser. Regresé a casa con una alegría que no cabe en palabras, abrazando a mi esposa y a mis hijos como si fuera la primera vez, con la certeza de que el Señor había renovado mi corazón. Hoy sólo puedo dar gracias por la comunidad que me regaló, por la experiencia que viví y, sobre todo, porque una vez más el Señor me recordó que, cuando uno se deja guiar por Él, siempre nos conduce a lugares y momentos donde Su amor se hace evidente y desbordante”.