Coni Maureira (L23): “Oh Dios, tú mi Dios, mi alma está sedienta de ti” (Sal 63, 1). Los cuatro meses me hicieron abrir mis ojos al alma sedienta que tengo de Dios. Mi relación con Dios, estando allá, me costó porque no lo encontraba, muchas veces desesperé en su búsqueda, pero con el apoyo de la comunidad y el recordar el sentido que me hace mi vida con Dios, seguía en mi perseverancia. Puedo manifestar que esto no lo veo con una mirada en negativo, sino como una prueba de Dios a mi fe. Es difícil colocar en palabras lo que encontré en esta experiencia, porque siento que iré descubriendo más de lo que fue, en cuanto avance el tiempo, pero me quedo con la vida en comunidad que pude experimentar, con la acogida y apertura que tenía el pueblo hacia nosotras, con que lo primero y último del día que hacíamos era rezar, con el silencio, con la creación que me rodeó esos cuatro meses, con los niños a los que les hacíamos catequesis y sus ganas de aprender de Dios, y también con cómo Dios impactaba en cada persona que tocaba San José (las escolares, las jefas, las apoderadas, los profesores), les renovaba su mirada y los alimentaba en su camino de fe.
Comparto otro versículo que se me reveló reiteradas veces en los dos últimos meses, pero como lo dice la Mínima Regla de los Oblatos, siento que representa mejor la forma en que me llega, que es: hasta poder decir con el apóstol Pablo, “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Todavía vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20).