Bajo este lema, entre los días 7 y 13 de noviembre, un grupo de la Comunidad Manquehuina de San Anselmo tuvo la experiencia de un espacio de profundo encuentro con Cristo a través de su Palabra, en la lectio divina; de oración personal y en la Liturgia de las Horas; la naturaleza y la vida comunitaria según la Regla de San Benito, descubriendo cómo ésta es capaz de abrir los espacios para facilitar el encuentro con Dios y vivir una escuela de amor.
Francesca Gardella (Comunidad San Agustín): “Si bien me acoplé a último minuto y partí sola sin conocer al resto del grupo, con mucha desconfianza y prejuicios frente a lo que iba a tener que vivir y miedo a no congeniar ni encajar en esta convivencia, volví rebalsada de felicidad, llena de hermosas vivencias con ganas de más, con ganas de contarle a todos cómo el Señor me habló claro y conciso, a través de los rezos, lecturas, trabajos, historias, vivencias, llantos y risas. ¡Fue Impresionante! Volví envuelta en el cariño de cada una de las increíbles mujeres que conformaron está comunidad y también del cariño de quienes nos esperaban allá con todo preparado, preocupados de hasta el último detalle, motivados sólo en querer dar lo que ellos han recibido del Señor. Me cuesta expresar en palabras todo lo vivido y menos en unas cuantas líneas, ya que fueron muchas las enseñanzas y respuesta que recibí, pero la que más me hizo sentido es que debo mirar más allá, es decir, que debo dar un paso hacia atrás para ver el paisaje completo y no quedarme parada frente la belleza del árbol que tengo en frente, ya que Él lo abarca todo, está en todos y me mostrará el camino”.
Macarena Pérez: “La experiencia tuvo muchas dimensiones. La naturaleza, es imposible no maravillarse y encontrarse con Dios en ese lugar. Se manifiesta en todo, en su luz, el viento que sopla fuerte y que te rodea, su inmensidad a través de las montañas, el lago con su color esmeralda, flores silvestres y animales. Todo te hace reflexionar y confirmar que Dios existe y que está en todas las cosas que nos rodean. Lo humano, la comunidad que vive en San José es un ejemplo de vida comunitaria sencilla, dedicada al trabajo y la oración. Te enseñan, a través de su ejemplo, a ser generosos, acogedores, simples y tremendamente felices y agradecidos de lo que tenemos y somos, que es mucho. Lo espiritual, la dedicación, planificación y cariño de nuestras tutoras a cargo, permitió que nos metiéramos de lleno en nuestro objetivo de descubrir a qué íbamos. Cada actividad, rezo y trabajo estuvo perfectamente pensado para que nos llevara a cada una a esta respuesta. Y ¿qué buscábamos? Ni más ni menos que encontrarnos con Dios, reconocerlo en las cosas simples, en el prójimo, en la naturaleza y en la oración. Si pudiera resumirlo, San José es un pesebre maravilloso, acogedor, muy humano, sencillo y donde sin duda esta Dios”.
Pamela Saavedra (Comunidad Santa Faustina): “No entendía el por qué de mi ida, pero tenía ganas de ir. Mis tres niños vivieron su experiencia el año pasado y cuando les comenté, me dijeron: ¡MAMÁ ANDA! En el camino iba emocionada por el entorno, los cerros te abrazan, te sientes acogida. Al llegar a San José fue alto el impacto, la energía del lugar y su inmensidad me recogió. La vida en comunidad de los oblatos, siempre con una sonrisa, alegres, dispuestos, entregados ¡me motivó! Vi a Dios a través de las puestas de sol en las montañas, lo escuché y me habló a través del viento, lo sentí en cada caminata y en cada oración, en la relación de compañerismo con mi grupo que, a pesar de que no nos conocíamos, nos unía la fe y la espiritualidad. Él estaba siempre presente, cuidándonos. Al encontrarme con Él, en mi claustro interior, fui consciente de la revelación y la manifestación del Espíritu Santo en mí y desde ahí, mi renacer como hija de Dios a su promesa de la vida eterna”.