En el Puesto San Agustín, entre el 14 y el 19 de noviembre, un grupo de apoderadas del Colegio San Benito, acompañadas de Magdalena Besa (B96), Belén Ruiz Clavijo (B92) y Mónica Donoso, tuvieron la oportunidad tener un encuentro con el Señor a través de una experiencia de lectio divina, Liturgia de las Horas, de vida comunitaria y trabajo. Comparten su experiencia:
Bernardita Bustos: “El viento sopla fuerte en la Patagonia, pero en San José no es una condición meteorológica, es una manifestación de Dios, ¡el Espíritu Santo abunda! La experiencia en San José es mucho más que un paisaje que abruma… es vivir en comunidad y sentir que Dios vivo está en cada acto, desde hacer el pan o hacer lectio, es vivir el hoy a concho y permitir a Dios ser Dios”.
Daniela Rodríguez: “Llegué a San José con nostalgia de infinito, con añoranza de mi origen, con nostalgia de un misterio al cual aún no le pongo nombre. Llegué con algo así como nostalgia de mí misma. No había transcurrido ni siquiera un día, cuando durante una actividad aparece la pregunta: ¿Y si creyéramos?… silencio. Decido confiar y entregarme a la experiencia. Apagar mi voz interior rebelde y dejarme guiar por el lugar. Entre lectios, rezos, trabajos y la comunidad, suavemente, como en un susurro, aparecen chispas de infinito. El brillo en los ojos de las personas que viven ahí, las manos con las huellas del trabajo, la luz de las velas en la capilla, las montañas y el viento, suavemente van conmoviendo mi alma. Confío en que estas chispas volverán a encenderse y regreso a Santiago con un poco de infinito en mi corazón. Confío.
Lorena Weil: “Hay tiempo para el desierto y hay tiempo para el mercado. Partimos once mujeres a una experiencia de la que muchas no sabíamos nada, nos entregamos tratando de disimular el querer controlar y saberlo todo… qué íbamos a hacer, a qué hora, cómo nos íbamos a organizar hasta que nos entregamos. Nos recibieron cariñosamente y el primer mensaje era invitarnos a vivir como hijas, recibir y dejar el rol de mamás fuera del monasterio de San José para sentir la compañía y amor de Dios en cada momento. Ya la bienvenida nos sedujo y terminó por convencernos, así partió la experiencia de abrir los ojos y el corazón.
Fueron días intensos, de conocernos profundamente, de reírse a gritos, de nudos en la garganta, de llorar de emoción, de oírnos, de compartir y abrir los ojos en todo momento del día. Aprendí que la vida no tiene entretiempos, cada momento es igual de valioso que el otro. En San José las horas no las marca el reloj, las marca la luz, las oraciones, las tareas de la casa ,el trabajo comunitario y las actividades preparadas con un cariño inmenso reflejado en cada una de ellas.
Para muchas fueron nuestras primeras experiencias de lectio y fue un regalo enorme poder haber aprendido esta manera de oración y conexión con Dios y con nosotras mismas.
El desierto… Descubrimos lo que es estar solas pero intensamente acompañadas, aprendimos a desconectarnos y a su vez estar profundamente conectadas, a valorar y ver una luna que nos encandiló en el silencio antes de acostarnos, a darle sentido a una palabra o una frase de la que podíamos hablar horas y, cuando creíamos que habíamos agotado el sentido de lo que habíamos descifrado, podíamos oír diez maneras más que llegaban a hablarnos a través del corazón del otro .
Todo esto descubrimos que existía en el desierto, en el silencio. Viajamos muchas horas para entender y descubrir lo que Dios nos tiene y ha tenido siempre preparado para nosotras. Me siento absolutamente bendecida de haberlo conocido y vivido esta experiencia.